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La Edad de Sardis

Y escribe al ángel de la iglesia en SARDIS: El que tiene los siete Espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice estas cosas: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. 2Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. 3Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído, y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velares, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. 4Pero aun tienes unas pocas personas en Sardis que no han contaminado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas; porque son dignas. 5El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. 6El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Apocalipsis 3:1-6)

 

Sardis era la capital de la antigua Lidia. El gobierno de Sardis pasó de los monarcas lidios a los persas y luego a Alejandro el Grande. Fue saqueada por Antíoco el Grande. Los reyes de Pérgamo dominaron allí por un tiempo hasta que los romanos la tomaron. Durante el reino de Tiberio, Sardis fue desolada por plagas y terremotos. Hoy día, es un montón de ruinas sin habitantes. En una época, esta ciudad fue muy importante comercialmente. El historiador Plinio dijo que en esta ciudad se inventó el arte de teñir la lana. Era el centro de comercio de teñir lana y tejer alfombras. En esa región había una considerable cantidad de plata y oro, y se dice que las monedas de oro se empezaron a fabricar primeramente en Sardis. Además tenían un mercado de esclavos. La religión de esta ciudad era la adoración impura a la diosa Cibeles. Las ruinas monumentales del templo todavía se pueden ver.

 

La quinta edad de la Iglesia, o sea la edad de Sardis, duró desde el año 1520 hasta el 1750 d.C. Es conocida comúnmente como la Edad de la Reforma.

 

El mensajero a esta edad es el mejor conocido de todas las edades. Fue Martín Lutero.

 

Martín Lutero fue un brillante estudiante de disposición apacible. Él estaba estudiando para abogado cuando la prolongada enfermedad y muerte de un íntimo amigo le hizo enfocar seriamente en a la condición espiritual de su vida. El entró en el convento Agustino en Erfurt, Alemania, en el año 1505. Allí estudió filosofía y también la Palabra de Dios. Vivió la vida sometida a la más estricta penitencia, pero todas sus obras exteriores no podían levantar el peso de su pecado. Él dijo: “Me afligí casi hasta la muerte, buscando paz con Dios, pero yo estaba en oscuridad y no la hallé”. El vicario general de su orden, uno llamado Staupitz, le ayudó a lograr el conocimiento de que su salvación tendría que ser la experiencia de una obra interior en vez de un rito. Con este ánimo, él buscó a Dios más intensamente. Después llegó a ser un sacerdote, sin embargo todavía no era salvo. Llegó a ser un ávido y profundo estudiante de la Palabra, y de las grandes obras teológicas que existían en aquel tiempo. Fue muy buscado como predicador y maestro por sus profundos conocimientos y gran sinceridad. Para cumplir con un voto que se había hecho a sí mismo, fue a Roma. Allí vio la futileza de las obras impuestas por la iglesia que habrían de traer salvación, y entonces fue cuando la Palabra de Dios fue vivificada en su corazón: “El justo en su fe vivirá”. Al regresar a su hogar, la verdad evangélica de esta Escritura inundó su mente y fue librado del pecado y nacido en el reino de Dios. Poco después de esto, él fue elevado a doctor en Divinidad y fue comisionado: “para dedicar su vida completa a estudiar, exponer y defender fielmente la Santa Escritura”. Eso lo hizo con tal esfuerzo que su corazón y los de aquellos que le rodearon fueron profundamente arraigados sobre la verdad de la Palabra. Poco después la Palabra entró en conflicto abierto con los abusos de los credos y las doctrinas de la iglesia.

 

Lutero obró en una situación donde la Iglesia Católica Romana había obtenido tanto poder que estaba al punto de ahorcarse con ese mismo poder. Cuando Lutero predicó "Justificación por la Fe," por primera vez en muchos siglos la vid verdadera empezó a crecer de una manera abundante.

 

Nos regocijamos en esta edad por esta razón: La Reforma había empezado. No fue una resurrección sino una reforma. Tampoco fue una restauración. Pero el grano de trigo que había muerto allí en Nicea y que se había podrido en las Edades el Oscurantismo, ahora sacó un renuevo de verdad, significando que en algún tiempo futuro, en el fin de la edad de Laodicea, inmediatamente antes de la venida de Jesús, la iglesia volvería a ser una Novia de la simiente de trigo mientras que la cizaña sería cosechada y quemada en el lago de fuego.

 

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Tomado del Libro "Una exposición de las Siete Edades de la Iglesia" por William Branham.

Que el Señor Jesucristo les bendiga

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